domingo

Nómadas




Me cruzo con ellos cada día. Caras distintas, vidas errantes, raíces rotas, son como recipientes demasiado pequeños, constreñidos de su piel, para contenr las reacciones químicas que ebullen en su interior y que camuflan bajo una indiferente sonrisa, una vestimenta alternativa, o unas enormes gafas de sol.

Algunos no hablan de su lucha interior, otros más locuaces te cuentan, sin dejarte un resquicio para dar una opinión, todas sus nerviosas expectativas para el tiempo futuro que se avecina tras saludarles con el consabido ¿Cómo estás?. Y váya si te cuentan como están.

Tras sus conversaciones, subyace casi siempre un mismo "leit motiv". El miedo arrinconado, la incertidumbre cotidiana, el trabajo que se ha terminado y no se sabe cuando volverá, el paro que, mirando con sorna al cielo, esperan que dure lo que tiene que durar.

Hay dos tipos de planteamientos por lo general que suelen abanderar:

El primero, el más extendido es el de sobrevivir sin que lo parezca, dando la impresión de que la vida fluye tranquilamente a su alrededor y ellos no tienen más que dejarse llevar. Sin problemas tan vulgares como el dinero, la manutención de los críos, algunos no tanto ya, el amor, -qué es eso, las deudas, o fumar que cada día les cuesta más caro, pero de algo hay que morir y ahí que voy.

Los miembros de esta heterogénea tribu consiguen hacerte creer que no hay tantas preocupaciones como las que realmente son, y dentro de ellos el subgrupo más condescendiente y natural son aquéllos de "ruinas que para mi quisiera" cuando te hablan de la casa que dejaron allá en Chile, el apartamento de sus padres en Londres o el piso que aún mantienen compartido con sus "ex" en Benidorm, pero que nunca acaban de vender porque la cosa está muy difícil. Eso por no hablar de las rentas que perciben de la manutención, escasa, que les pasan a veces hasta sus hermanos, o las que perciben del negocio ruinoso de catering que montaron con unos amigos de Castelldefells y por el que no aparecen más que para comprobar que no les están esquilmando demasiados ingresos entre visita y visita que suele ser aproximadamente dos veces al año.

El subgrupo de los que realmente no tienen donde caerse muertos, suelen hacer más barra fija acompañada de chistes malos con alguna esporádica visita al Roca o a la máquina del tabaco o la tragaperras según sean sus apremiantes necesidades de autocastigarse mas aún si cabe por el destino cruel y canalla que te da Chinchón y despues cazalla como dice Sabina, Joaquín.

Éstos emanan al menos una empatía mas cercana y curiosamente se quejan bastante menos de como les trata hacienda, el mundo en general, la vida en particular. No buscan compañeros de viaje pero aprovechan cualquier oportunidad para contarte sus vivencias, ellos de la mili, ellas de sus antiguos amores, cuando les das pié para ello.

El segundo planteamiento más abanderado suele ser los angustiados por el amor.

No se acomodan a la vida consigo mismos, necesitan enamorarse y servir de apoyo económico, cocinera, ama de llaves, o proyecto de vida común con alguien desesperadamente. Lo intentan a través de cualquier medio cibernético u hostelero. Buscan de quién enamorarse, con quién descargar todo su potencial y equipaje de tantos años de relaciones intensas en principio y aburridas el largo resto del tiempo que duraron. No dudan en que aparecerá alguien que apuntale su agrietado escaparate, que remozan con liftings, peluquería, gimnasio o pilates, cremas varias de dudosa composición natural, o incluso cambios de sexo.

Todos van y vienen. No echan, no pueden echar, raíces. Se mueven por todo el mundo. No votan. No se comprometen. Hacen del mundo su juego de rol en el que van sacando cartas, tirando dados, y dejando en cada lugar por el que pasan, sólo cartas de deudas de teléfono, agua, gas, electricidad que ya nadie recoge de su buzón porque ya no viven aquí.

Como aquéllos primeros pobladores de las tierras de Mesopotamia que un día decidieron ir en busca de nuevos asentamientos con ese afán explorador que conservamos en los genes, se mueven, se desplazan, tropiezan, aman, y se encuentran al día siguiente en otra ciudad, con otra gente, con otros caminos. El mundo vuelve a sus orígenes.


2 > > > > Centímetros:

Tesa dijo...

Me parece muy valiente dejar el hogar atrás para buscar una vida mejor.
Claro que, la mayoría de las veces, aquello que dejan no puede considerarse hogar tal y como nosotros lo contemplamos.

Mcartney dijo...

Bueno, en este escrito tienen cabida desde los inmigrantes más valientes hasta los vagabundos liberales con caída de escaparate incluída.
Tiempo de movimientos migratorios como digo.
Así que si los antropólogos tienen razón, todos venimos de aquéllos morenitos de piel.
Y a mí que el sol sólo me gusta para verlo desde mi ventana en estos día de invierno o desde el chiringuito de la playa con vermú inlcuido.
Qué cosas estas de la herencia multirracial.
Beso vagabundo.