lunes

Pervertida humildad






Y bien, ¿por qué miente la gente? Si es verdad, como a veces se ha sugerido, que se mata básicamente por tres motivos, a saber: sexo, dinero y poder, seguramente no resulta exagerado conjeturar que, en lo esencial, esas son las mismas razones por las que se miente, siempre que se esté dispuesto a admitir el prestigio y la fama (quizá también la venganza) como formas de poder. Con todo, es lo cierto que la mayor parte de nuestras mentiras obedecen al impulso de aparentar lo que no somos; y éste no es asunto menor, pues parece indicar que la mentira supone el reconocimiento implícito de la propia insignificancia (supuesta o real), la vaga sospecha de no ser, por uno mismo, suficientemente merecedor de interés o atención. Alguien lo bastante satisfecho de sí (lo que no deja de ser otra cara de la estupidez) no necesita recurrir a la mentira para adornarse con cualidades imaginarias o para desfigurar hasta la exageración las existentes. En este sentido, casi se podría afirmar que la mentira es una forma pervertida de la humildad. Quien se halle suficientemente pagado de sí mismo raramente recurrirá al embuste para impresionar: «soy demasiado soberbio para ser embustero.» Tal podría ser su lema. Y las más de sus mentiras serán, probablemente, inocentes maniobras tendentes a evitar incomodidades o contratiempos, pero no embustes en cuanto tal.

Alfonso Ramón Tresguerres (Revista El Catoblepas)

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